Es difícil intentar describir un lugar como Fakarava, y es que aunque absolutamente toda su grandeza es comprensible con un par de fotos como ésta, esta playa no es un lugar del que se pueda hablar, sino toda una experiencia que hay que vivir.
Se trata del segundo atolón más grande de Tahití, reconocido como Reserva de la Biosfera por la UNESCO y uno de los lugares más increíbles que puedas haber visto en la vida. Su naturaleza virgen es espectacular, con suave y blanquísima arena y unas aguas tan transparentes como las de la piscina del resort en el que te alojarás. A pesar de que ya de por sí este entorno paradisíaco es inigualable, el toque final lo da la frondosa naturaleza selvática que se extiende a espaldas de la playa, con una flora y una fauna exóticas en estado natural.
Si tienes la suerte de visitar Fakarava no olvides tu equipo de snorkelling, pues en pocos lugares del mundo podrás disfrutar de unas aguas más puras y limpias para disfrutar del buceo o del submarinismo.
Eso sí, asegúrate de estar bien informado y pide la ayuda de los nativos de la zona, pues podrías llevarte algún susto haciendo submarinismo si te encuentras con según que especies marinas que se avistan en determinados meses del año; por ejemplo, desde noviembre hasta abril podrás encontrarte con tiburones martillo y rayas águila, y de julio a octubre podrás ver mantarrayas.
Aunque una vez te tumbes en su arena te costará despegarte de la toalla, existen otros lugares interesantes que ver en Fakarava como la aldea de Temanu, donde se encuentra una de las primeras iglesias católicas construidas con corales en el siglo XIX, las granjas donde se tratan las perlas y otros lugares donde conocer las costumbres y los métodos de trabajo de la isla.
En el límite norte del atolón se encuentra la que supone la capital de Fakarava en funciones, la Villa de Rotoava, donde encontrarás la mayor parte del comercio y de la oferta turística de la zona.